Confieso que cuando me enteré de la muerte de Michael Jackson, y de la causa probable del luctuoso suceso, pensé que era el triste acto final de un ser que así completaba un declive iniciado mucho antes y sostenido imparablemente a lo largo de la última década.
Confieso, también, que cuando lo vi llegar en aquel avión, hace unos años, para ser fichado por la policía y enfrentarse a los cargos de abuso de menores presentados contra él, pensé que era el justo escarmiento que la megaestrella malcriada recibía por haberse creído por encima de los demás mortales y haberse abandonado a sus morbosas inclinaciones.
De esto último ya me arrepentí cuando el niño supuestamente víctima de estos abusos los desmintió, hace poco, y declaró que la denuncia había sido una extorsión urdida por el padre.
Y de todo lo demás me he arrepentido al ver This Is It, la película que recoge los ensayos de la que iba a ser su inminente gira mundial. MJ no estaba en ningún declive, sino en su plenitud como artista y en la cota más alta de su nobleza como ser humano. Zarandeado por la adversidad y el dolor, a sus 50 años, había reemplazado la fuerza de su juventud por la sabiduría deslumbrante del genio más completo que nunca haya dado el pop. Seguía siendo un bailarín excelso y un músico soberbio. Y su película, además de una lección sobre la exigencia y la intensidad que requiere la creación artística, es un regalo, un derroche de amor al arte y al prójimo. Aún podéis verla durante unos días. No os la perdáis. Aparte de la formidable película argentina El secreto de sus ojos, es lo más bello y emocionante que puede verse ahora en nuestros cines.
Perdónanos, Michael, porque no sabíamos lo que hacíamos.