sábado, 28 de julio de 2012

Sidi-Dris y Afrau, 91 años después





Hace una semana estuve de nuevo en África. No me gusta que pasen más de doce meses sin poner el pie en ella, y mejor o peor en los últimos años lo he venido cumpliendo. Fui con una misión de la que espero que dentro de no mucho se podrán ver los primeros resultados (no digo más). Pero me quedó un día libre y en compañía de mi amigo Ángel Castro y su amigo (y a partir de ahora, también del que suscribe) José Luis Abad nos hicimos una excursión a Alhucemas por la Rocade Mediterranée, la nueva carretera costera que une esta ciudad con Nador. La ruta es una maravilla, una costa casi virgen que se asoma a un mar azul turquesa bajo la deslumbrante luz del julio norteafricano.




Por el camino, paramos en Sidi-Dris, donde transcurre buena parte de la acción de mi novela El nombre de los nuestros. Justo por estos días de finales de julio, pero de 1921, fue cuando quedaron allí sitiados 300 españoles que se vieron obligados a resistir a la espera de un rescate por mar que nunca se pudo llevar a cabo. Esta foto, que muestra la posición vista desde abajo y la vía de evacuación que debieron seguir los soldados, evidencia la dificultad del empeño:




Por ahí cayeron, despeñados o abatidos a balazos, no pocos de los que partieron con el grupo de cabeza, el único que, con los heridos, llegó a intentar la salida.

Las fotos anteriores son mías (todo lo que da de sí el iPhone, no llevaba la cámara buena conmigo ese día). José Luis, excelente fotógrafo, me regaló algunas más, y mejores, que me ha dado permiso para colocar aquí. En esta primera se ve una buena perspectiva de lo que queda de la antigua posición:




Y aquí, una panorámica maravillosa del paisaje que se ofrecía a los ojos de aquellos hombres mientras luchaban por sus vidas. La playa de Sidi-Dris, bajo el sol de julio, casi virgen todavía, no muy distinta de como se veía hace noventa y un años. Al menos, murieron con una bella imagen en la retina. Merece la pena que la pinchéis y la agrandéis. Es un verdadero prodigio. Gracias, José Luis.




En Alhucemas dimos un paseo y nos fuimos a comer al puerto. Eran vísperas de Ramadán y en ningún sitio tenían cerveza. Menos mal que José Luis, hombre previsor, llevaba media docena consigo. Pedimos permiso para tomárnoslas y nos lo dieron. Junto a una fritura de pescado y una deliciosa charmila, nos supieron a gloria. Eso sí, una familia de musulmanes estrictos que se sentó cerca de nosotros (las largas barbas del patriarca delataban su condición) se acabó levantando a los cinco minutos cuando vio la clase de infieles con que el azar les había llevado a compartir el almuerzo.

Por cierto que en las calles de Alhucemas encontramos, todavía, numerosos vestigios de la ciudad española que fue en sus orígenes. Como este local, con su antiguo nombre, Villa Sanjurjo:




O este otro:




Y también este curioso anuncio:




 ¿Alguno  pensó alguna vez que el té pudiera ser una bebida tan estimulante? Uau.

A la vuelta, y desde el coche, fui sacando fotos de la costa. Por ejemplo, de la isla de Alhucemas y sus dos compañeros, los islotes de Mar y Tierra, de soberanía española:




O de este grupo de rifeñas, con el paisaje típico de la región:




O del río Amekrán, ese que el general Silvestre, el jefe militar español que llevó a sus tropas al desastre de 1921, nunca debió cruzar, según le había advertido el caudillo rifeño Abd el-Krim:




También al paso recogí esta otra imagen. Pido disculpas por su mala calidad, fue todo lo que dio de sí el  Nokia 700 (el iPhone se me había quedado sin batería) con que la disparé:




Pero tenía que colgarla aquí. Esa loma es Afrau, donde estaba la otra posición de la que habla mi novela. Los ciento y pico soldados que resistieron allí sí pudieron ser evacuados por la Armada. Se observará que tuvieron suerte. No se encontraba tan batida, y el terreno por el que marcharon era mucho más practicable. Además de eso, la playa donde los recogieron está más abrigada que la de Sidi-Dris, por lo que al enemigo le fue más complicado dispararles durante el embarque.

Pequeños detalles como ése, la orografía, deciden a veces la diferencia entre la vida y la muerte. Tan héroes y tan valientes fueron unos como otros. Los de Sidi-Dris perecieron. La mayoría de los de Afrau se salvó. La de esa azarosa diferencia era la historia que quería contar en aquella novela, y esto, más la anotación que podéis encontrar en mi otro blog, el homenaje que les debo a todos ellos.

Abrazos.

sábado, 7 de julio de 2012

Cursos de verano



Sí, ya sé que no tienen muy buena fama, que para muchos son algo frívolo, una forma barata de recaudar créditos y pasar las vacaciones. Pero la verdad es que mi experiencia de este año es muy otra, y creo que es de ley contarla. Este 2012, por segunda vez, la Escuela de las Artes de la Universidad Carlos III de Madrid, que se celebra cada año en el Círculo de Bellas Artes, me pidió que le montase un curso de verano sobre novela. Este año elegimos dedicarlo a la novela española contemporánea y, gracias a su amabilidad al atender nuestra invitación, logramos ofrecer a los alumnos un gran plantel de ponentes. Siete autores: Antonio Muñoz Molina, Alberto Olmos, Agustín Fernández Mallo, Carlos Zanón, Marta Sanz, Antonio Orejudo y Javier Calvo. Y un crítico: Santos Sanz Villanueva. 



Todos fueron generosos y honestos en sus intervenciones y eso ha permitido cerrar una semana de intenso y fecundo aprendizaje. Desde luego lo ha sido para mí y también para los alumnos, por lo que me han dicho e incluso reiterado. Buena parte de culpa la tienen también ellos: gente variada, inquieta y muy participativa. Les debo por ello a todos un agradecimiento que aquí hago constar. Podría haber puesto la foto de todos los autores pero he elegido la de Carlos Zanón no porque lo hiciera mejor que los demás (todos estuvieron excelentes, y sin cualquiera de ellos el curso habría perdido mucho) sino porque tuvo el valor de decir una palabra prohibida para muchos y el acierto necesario para provocar lo que esa palabra convoca. La palabra es emoción, y la desató a lo largo de todo su parlamento pero especialmente cuando para cerrar su intervención puso este vídeo:


(Para quien no lo sepa: la última actuación en público de Elvis). Lo dije allí y lo repito ahora: para mí el arte es ese hombre gordo y devastado repitiendo I need your love con lo que le queda de alma y de voz, y esa gota de sudor resbalando desde su papada. Entrega, fe y sacrificio. Incluso cuando ya nada parece justificarlo.

El miércoles por la tarde hice una escapada a Barcelona para intervenir en el curso sobre novela y cine negro organizado por Teresa Naves dentro del programa de Els Juliols de la Universitat de Barcelona. Otro curso de verano suculento y repleto de gente ávida de aprender. Fue de veras interesante compartir con ellos mi visión de la novela policiaca a través de la experiencia de tratar de escribirla en España y con guardias civiles (y, como decía el título de mi ponencia, sin complejos). Algún participante se declaró sorprendido pero a la vez impactado, lo que le agradezco, por alguien que le hablaba de los guardias civiles como personajes que no sólo no eran necesariamente reaccionarios, sino que en tantas ocasiones de la Historia, desde las guerras carlistas hasta el 18 de julio de 1936, pasando por el 14 de abril de 1931, habían estado del lado de la causa progresista y contra la de la involución.

Cuánto daño ha hecho García Lorca, con ese romance excelente, como todos los suyos, pero tan injusto. Esos dos versos terribles: "Tienen, por eso no lloran, / de plomo las calaveras". Y tan falsos. Los he visto llorar, todos los hemos visto llorar. Y han dado, muchos, la vida por todos nosotros.


Aludí a unas fotos impactantes de comienzos del siglo pasado que recogen el momento en que unos gitanos, los Tartajas, tras haber asesinado a dos guardias civiles, entran en Granada escoltados y protegidos por la propia Guardia Civil para que la gente no los linche. No las tenía a mano allí en buena resolución y contraje conmigo la deuda de difundirlas. Aquí están (pinchad si queréis verlas en grande, merece la pena fijarse en los detalles, rostros y demás):


Aparecen en mi libro Sereno en el peligro, y las reproduzco aquí reiterando mi deuda de gratitud con el estupendo fotógrafo que las hizo, Torres Molina, y con Mundo Gráfico, la ejemplar publicación que, junto a otras, recogía en aquellos tiempos este reporterismo gráfico de primera, que hoy es Historia hecha imágenes. 


Imágenes que nos permiten apreciar, de forma fehaciente, que la realidad fue algo más, y más complejo, que ese cuento de guardias diabólicos y gitanos buenos que muchos siguen teniendo en la cabeza, porque así lo decidió en un momento de conciencia ofuscada (y este juicio no le resta mi reconocimiento en lo que lo merece, que es mucho) el mejor poeta español del siglo XX.

Abrazos.


Postdata del 10/7/12: Una de las asistentes al curso del Círculo de Bellas Artes ha tenido la deferencia de hacer una detallada crónica en su blog. También ha tenido una deferencia adicional con el director del curso que me coloca al borde del sonrojo, pero vaya, por el valor informativo de su aportación, a ello os remito. Si miráis en la lista de entradas del blog veréis la reseña que hace de la intervención de los distintos ponentes. Merece la pena. Gracias por todo, Amelia.