Jordi Évole es un periodista inteligente y audaz que, guste más o guste menos su peculiar estilo, ha conquistado, por la singularidad y el calado de su trabajo periodístico, un merecido prestigio. Confieso que cuando lo conocí, no por la tele, que veo de forma negligente y bastante poco devota, sino en un acto público en el que irrumpió con aquella personalidad anterior que se hacía llamar el Follonero, su performance me pareció una mezcla de mala educación y chistosidad banal, pero también he de reconocer que su trayectoria posterior en Salvados, con hitos tan considerables como la reapertura de la investigación del trágico y vergonzante accidente ferroviario de Valencia, me ha permitido borrar aquella primera y superficial impresión. No diré que me convenza plenamente su enfoque de los asuntos (a veces sometido a un esquematismo que casa mal con casos y cosas complejos, aunque sea ideal para denunciar según qué tropelías patrias); lo que digo es que en su caso prestigio y audiencia se combinan, y alcanzan más que fundadamente cotas sin duda envidiadas por quienes no llegan ahí.
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