Sale el próximo 9 de abril, y la verdad es que estoy contento. Llevaba unos cuantos años detrás de esta historia, que me requería viajar a sitios y hablar con gente que no resultan fácilmente accesibles. Al final la fortuna conspiró en mi favor y aquí está, con todo lo que quería que tuviera.
He resumido lo que es en tres pinceladas.
Una historia de amor.
Diría que hace veinte años que no escribía una historia centrada en el sentimiento amoroso. Historias de amor, más o menos expresas o reconocibles, hay en muchas de mis novelas, pero de ninguna de las que he escrito en estas últimas dos décadas puede decirse que el amor sea su línea medular, el motor central de la narración. La última vez que lo hice fue en La flaqueza del bolchevique, de cuya escritura hará justo veinte años en este 2015. Son delicadas, las historias de amor: la cursilería, el melodrama y, últimamente, la pornografía, acechan al escritor en cada una de sus esquinas. Por eso a mí me gusta, para este ejercicio que sólo hago cada dos décadas, escoger amores difíciles, de esos que nacen y viven a contrapelo, y en cuyos recovecos, si uno anda despierto, pueden evitarse esas tres degradaciones. La anterior la contaba un hombre. Lo primero que tuve claro de ésta fue que la contaría una mujer. Y que, como aquella, celebraría y trataría de contar la felicidad de encontrar a quien amar con pasión, termine como termine la historia. Al final, ya sabemos en qué paran todas.
Diría que hace veinte años que no escribía una historia centrada en el sentimiento amoroso. Historias de amor, más o menos expresas o reconocibles, hay en muchas de mis novelas, pero de ninguna de las que he escrito en estas últimas dos décadas puede decirse que el amor sea su línea medular, el motor central de la narración. La última vez que lo hice fue en La flaqueza del bolchevique, de cuya escritura hará justo veinte años en este 2015. Son delicadas, las historias de amor: la cursilería, el melodrama y, últimamente, la pornografía, acechan al escritor en cada una de sus esquinas. Por eso a mí me gusta, para este ejercicio que sólo hago cada dos décadas, escoger amores difíciles, de esos que nacen y viven a contrapelo, y en cuyos recovecos, si uno anda despierto, pueden evitarse esas tres degradaciones. La anterior la contaba un hombre. Lo primero que tuve claro de ésta fue que la contaría una mujer. Y que, como aquella, celebraría y trataría de contar la felicidad de encontrar a quien amar con pasión, termine como termine la historia. Al final, ya sabemos en qué paran todas.
Ella.
Una historia de amor, si ha de dar una novela, no puede suceder entre dos personajes cualesquiera. Cada uno debe ser portador de un mundo que merezca la pena indagar. Mónica es en esta novela algo más que la mitad de la pareja: es la voz y es la mirada. Como ella misma dice, una mujer ya no tan joven, y todavía lo bastante joven, como para haber aprendido a ver y haberse dejado algunas plumas importantes por el camino, sin haber llegado a perder las ilusiones. Periodista vocacional, es una víctima de la depauperación de la sociedad en la que vive, que la arroja a una sistemática rebaja de sus expectativas, a un empleo que aborrece, a labores que la apartan de su ser, y a la vez una perdedora en el juego del amor amañado por las imposturas y las renuncias de quienes habitan ese escenario venido a menos. Éste es su punto de partida, ciertamente no envidiable, pero todavía queda en ella algo susceptible de salvarse. Algo que se salvará, e irá a más, al conocer a Ramón, al calor de la música que entre ambos suena una y otra vez, como metáfora del arrebato amoroso.
Una historia de amor, si ha de dar una novela, no puede suceder entre dos personajes cualesquiera. Cada uno debe ser portador de un mundo que merezca la pena indagar. Mónica es en esta novela algo más que la mitad de la pareja: es la voz y es la mirada. Como ella misma dice, una mujer ya no tan joven, y todavía lo bastante joven, como para haber aprendido a ver y haberse dejado algunas plumas importantes por el camino, sin haber llegado a perder las ilusiones. Periodista vocacional, es una víctima de la depauperación de la sociedad en la que vive, que la arroja a una sistemática rebaja de sus expectativas, a un empleo que aborrece, a labores que la apartan de su ser, y a la vez una perdedora en el juego del amor amañado por las imposturas y las renuncias de quienes habitan ese escenario venido a menos. Éste es su punto de partida, ciertamente no envidiable, pero todavía queda en ella algo susceptible de salvarse. Algo que se salvará, e irá a más, al conocer a Ramón, al calor de la música que entre ambos suena una y otra vez, como metáfora del arrebato amoroso.
Él.
Comienza siendo un misterio, y en buena medida la novela es, también, la historia de cómo Mónica desvela ese misterio, hasta las últimas consecuencias; en parte con ayuda de Ramón, que se aviene a entregarle un trozo de su secreto, y en parte por sí misma, ejerciendo como la reportera que su subempleo no le deja ser. Ramón es también un perdedor, pero al contrario que Mónica sí ha encontrado un espacio en el que desplegar su carácter y llegar a percibir el latido de la pasión en sus actos. Es un espacio conflictivo y peligroso, que sirve de trasfondo a la novela y alberga la historia que se nos cuenta en segundo plano. Vivimos en un mundo en conflicto, y están las personas que prefieren ignorarlo, encomendando a otras que lo gestionen, y las que asumen el papel de mirarle cara a cara al lobo. Ramón es una de estas últimas, pero no quiere apabullar a nadie con el papel que él mismo ha elegido para sí. Por eso no lo ostenta ante Mónica, y tendrá que ser ella la que averigüe hasta dónde el hombre al que ama ha aceptado comprometerse. Hay muchas maneras de contar una historia, y la de Ramón, que habría admitido otros relatos más consabidos, se muestra por reflejo, a través de los atisbos que de ella tiene la mujer que le quiere y le añora cuando se ve separada de él.
Comienza siendo un misterio, y en buena medida la novela es, también, la historia de cómo Mónica desvela ese misterio, hasta las últimas consecuencias; en parte con ayuda de Ramón, que se aviene a entregarle un trozo de su secreto, y en parte por sí misma, ejerciendo como la reportera que su subempleo no le deja ser. Ramón es también un perdedor, pero al contrario que Mónica sí ha encontrado un espacio en el que desplegar su carácter y llegar a percibir el latido de la pasión en sus actos. Es un espacio conflictivo y peligroso, que sirve de trasfondo a la novela y alberga la historia que se nos cuenta en segundo plano. Vivimos en un mundo en conflicto, y están las personas que prefieren ignorarlo, encomendando a otras que lo gestionen, y las que asumen el papel de mirarle cara a cara al lobo. Ramón es una de estas últimas, pero no quiere apabullar a nadie con el papel que él mismo ha elegido para sí. Por eso no lo ostenta ante Mónica, y tendrá que ser ella la que averigüe hasta dónde el hombre al que ama ha aceptado comprometerse. Hay muchas maneras de contar una historia, y la de Ramón, que habría admitido otros relatos más consabidos, se muestra por reflejo, a través de los atisbos que de ella tiene la mujer que le quiere y le añora cuando se ve separada de él.
Si queréis saber más, os remito a la página de la editorial. Donde, como curiosidad, encontraréis la lista de las 21 canciones, una por capítulo, que suenan en la novela.
Abrazos.