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Es curiosa cosa escribir un libro y publicarlo. En mi caso, lo pienso durante años, rara vez menos de dos o tres. Luego me dedico a escribirlo durante unos meses u otro año, un tiempo en el que no sé en qué paso más tiempo, si poniendo en negro sobre blanco lo que ya tengo pensado o leyéndolo y releyéndolo una y mil veces para darle una forma fluida y precisa. Y al final lo suelto, y entonces vienen los lectores y me descubren lo que he hecho. Y desde que existe Internet, muchos, además, me lo dicen, directamente a través del correo o indirectamente, colgándolo en los lugares más insospechados, donde merced a los buscadores es fácil encontrarlo.
Llevo varias semanas sin parar, pero hoy he tenido un momento y he hecho una búsqueda de lo escrito sobre La estrategia del agua en el último mes. Y hay muchas cosas jugosas, muchas que me ayudan a entender el fruto de mi propio trabajo, y a perfilar mi conocimiento de la percepción ajena sobre él, lo que vale, a la postre, para cualquier otra cosa. Un novelista es un aprendiz continuo de las miradas de otros. El ejercicio es, para mí, sumamente aleccionador.
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Debo destacar, por el esfuerzo que lleva detrás, lo que ha hecho Eduardo-Martín Larequi en su
Bitácora del Tigre. Un espacio riguroso (y generoso) de crítica cultural en el que cualquiera que busque pistas para una lectura exhaustiva y profunda de este libro, y de muchas otras cosas, hallará cumplida satisfacción. Por si esto fuera poco, elige nada menos que este asunto para la entrada con que conmemora su quinto aniversario, todo un detalle. No me sigue a todas partes, lo que también es de agradecer, pero debo darle las gracias por la inmersión intensa y afectuosa que ha hecho en mi texto, buceando a fondo en sus referencias y sugerencias. Para poder comentarlo como es debido, necesitaría una entrada entera, que habré de diferir a momento menos apurado que el presente.
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Muy otra es la apreciación de la titular de
Boquitas Pintadas. Una severa lectora a la que llevo siguiendo algún tiempo, y que sin desechar mi trabajo como deleznable, encuentra muchas cosas que la irritan. Por ejemplo, que a una mujer mala se la llame
zorra, cosa que como bien señala, en mi novela sólo lo dicen, respecto de la mujer de marras, otras mujeres, lo que interpreta como una especie de escudo que uso por astucia. No hay tal, lo aseguro. De hecho, yo nunca llamo
zorra a una mujer, como tampoco lo haría (ni lo hace) mi brigada Bevilacqua, ni otros muchos hombres a los que conozco. Pero sí he oído a más de una mujer arrojarle ese venablo a otra a las primeras de cambio, cosa que me fascina, porque supone un ejercicio extremo de machismo protagonizado por la dueña de unos ovarios, ergo una potente paradoja, y a mí las paradojas me pierden.
También me imputa esta bloguera caspa reaccionaria por el hecho, parece deducirse, de que entre los malos haya extranjeros. Camellos, matones y sicarios. Y porque los polis y los guardias se refieran a ello sin aspavientos buenistas. En fin, son ellos los que hablan (como las mujeres a las que me refería antes, y en las novelas hay que dejar sonar a los personajes). Yo soy poco chovinista, y me pierde también la extranjería (incluso sentirla en carne propia), pero pregúntese a cualquiera que lidie con el crimen. It's a fact. Los hechos son inocentes. Son. Y no quitan que haya otros malhechores de altos vuelos, propios y foráneos, con los que tampoco se contemporiza, aunque en esta ocasión no sean ellos los que centran la trama.
En fin, si entro al detalle es porque me parece interesante, así que acatada queda su censura, faltaría más, y agradecida su lectura, que es, por vivaz, acicate y estímulo.
En general, no puedo quejarme. Frente a tan dura censora, puedo anotar las cálidas apreciaciones de
este librero de Las Rozas, los elogios (a toda la serie, descubierta a partir de esta última entrega) de
A leer que son dos días, el amable reconocimiento dispensado por
Best Seller Español, las sutiles y enjundiosas reflexiones que la lectura le despierta a la autora de
Me dio por pensar, la hermosa y sugerente
reseña de José Luis Muñoz Díez en Culturamas, la empatía adictiva de
Noche del Alma, la valoración más que favorable del realismo de la historia que hace Antonio Romero en
Sistema Digital o, en fin, el inspirado y documentado análisis de Paco Gómez Escribano, buen lector, amén de escritor,
en su blog.
No sé si esto es de interés de alguien, aparte del que suscribe. Pero a mí me gusta ver cómo un mismo texto suscita lecturas tan diversas, y que entre todas suman tanta riqueza de matices. Qué diablos: lo que me hace pensar, por encima de todo, es que todas las horas que tiene detrás un libro, al final, merecen la pena.
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Abrazos (y gracias) a todos.