Conozco a Carlos Soto desde hace 33 años. Ambos fuimos alguna vez dos adolescentes que querían ser escritores y que empeñaban en ello lo mejor de su inteligencia y de sus energías. Vivíamos entonces en Cuatro Vientos, en una colonia militar situada al suroeste de la ciudad de Madrid, entre Carabanchel y Aluche, donde la mayoría de los jóvenes querían vestir el uniforme que vestían nuestros padres. Vivíamos, también, en un mundo prosaico y materialista, el de la España de los 80, cuando en este país empezó a circular de veras el dinero y muchos chavales elegían su camino en la vida teniendo en cuenta la rentabilidad de la apuesta.
Nos acostumbramos a ser
percibidos como seres estrafalarios (la literatura ni siquiera tenía el glamour de otras actividades artísticas,
como la música) y a perseverar en nuestro empeño en solitario y a contracorriente.
Creo que con 16 años, no más, los dos supimos que nos moriríamos escritores,
incluso si se daba la circunstancia, que aceptamos como bastante probable, de
que nuestro trabajo jamás viera la luz ni tuviera ningún lector, aparte de
familiares y allegados.
Con 20 años él regresó a su Palma de Mallorca natal, donde vive desde entonces. Yo seguí viviendo en Madrid. Nunca dejamos de mantener el contacto, pero en cierto modo nuestros caminos se bifurcaron. Yo estudié Derecho, me hice abogado, trabajé una década larga en ese oficio y en paralelo seguí escribiendo, con escasa visibilidad, hasta que en 1997 una novela mía quedó finalista del Premio Nadal, lo que me permitió iniciar una inesperada vida de escritor que acabó arrancándome de la abogacía para recorrer una trayectoria que no es el objeto de estas líneas.
Carlos Soto estudió
sucesivamente Filosofía e Informática, y aunque su proverbial inconstancia como
estudiante le impidió sacarse dichos títulos, su capacidad y su agudeza le
permitieron empaparse de ambas disciplinas con una profundidad nada común. Por
lo que toca a la filosofía, su escritura habla por sí sola. En cuanto a la
informática, es lo que viene dándole de comer desde hace tres décadas.
Mientras se ganaba la vida
entre ordenadores (programándolos, reparándolos y vendiéndolos), Carlos tampoco
dejó nunca de escribir. La fortuna, empero, le fue esquiva, o quizá no la buscó
del modo en que a la fortuna le place ser buscada (maña esta en la que, sin
aventajarle en talento, quizá yo estuve más vivo, aun sin tener, la verdad, demasiada
conciencia de ello). El caso es que su bibliografía hasta la fecha se reduce a La unción, una novela que en 2005 obtuvo
el Premio Alfonso VIII que otorga la Diputación de Cuenca, y que fue publicada
por EDAF y reseñada con interés (y algún reparo, como en él es habitual) por
Ricardo Senabre.
En el cajón, Carlos Soto guarda otras muchas novelas. Ser amigo suyo no me impide, al leerle, tener la distancia necesaria para enjuiciar sus logros literarios. En sus textos siempre hay una mirada honda sobre la realidad, expresada con rara fuerza simbólica y a través de imágenes de una inusual viveza. Sus personajes son a menudo perturbadores, y la forma en que se expresan, precisa como en pocos escritores de diálogos he podido apreciar. Pero quizá no prestó, en novelas anteriores, la atención necesaria a la tarea de convertir todo eso en un relato que fluya con la amenidad y la naturalidad que demanda el lector contemporáneo. Y no me refiero a descafeinar lo que se cuenta, como alguno suele, sino a servirlo con esa falsa transparencia que quienes la hemos buscado e intentado alcanzar bien sabemos que obedece al más laborioso y endiablado de los artificios.
En su descargo, no era fácil
alcanzar semejante fluidez con la materia prima de sus narraciones, que es
compleja y está llena de matices infrecuentes. En La unción casi lo consiguió, y la fuerza
de su prosa hizo el resto para convencer al jurado y, aunque no plenamente, al
que quizá sea uno de los más insobornables y competentes críticos literarios
que hay en estos momentos en España.
El relato que antecede, por
cuya prolijidad me disculpo, viene a cuento porque en Enemigo innúmero, la novela que hoy llega a las librerías,
publicada por el pequeño sello Playa de Ákaba, del que con este título me
siento orgulloso editor, Carlos Soto lo
ha conseguido. Ha plasmado su visión del mundo, rica y sutil como la de pocos
novelistas que yo conozca, en un artefacto narrativo redondo, fluido y próximo,
que permite una lectura en varios niveles y, lo que es más difícil, pasar de
uno a otro con suavidad y placer, como si no se tratara de viajar a la trastienda más oscura del ser y de la condición humana, que es lo que al autor le viene ocupando desde siempre.
Lo que cuenta la novela, reducido a términos de sinopsis, puede ser engañoso: un tipo gordo adicto a potentes drogas se embarca en un crucero para solteros por el Mediterráneo, durante el que conoce a una serie de personajes, entre banales y absurdos, en los que, quizá por culpa de las sustancias que consume, ve toda clase de fantasmas y amenazas. Él mismo se siente una mezcla de John Black, el pasmado astronauta enviado a Marte que imaginara Ray Bradbury, y un animal sanguinario que ha de cazar seres humanos para desahogar su odio y su miedo. Una especie de cruce entre el Frankenstein de Mary Shelley (porque como la criatura de la autora británica nuestro monstruo preferiría poder creer en los humanos y amarlos) y el extraterrestre de Sin noticias de Gurb de Eduardo Mendoza, para quien lo raro es nuestro mundo; a menudo, en su estupor, el gordo llega también a alcanzar los espasmos cómicos del novelista barcelonés. Entre el thriller terrorífico (porque el monstruo mata y teme morir), la comedia bufa y la fábula metafísica transcurre esta novela que es, en el fondo y como dice su autor, una reflexión (sobrecogedora, añado yo) sobre la sustancia misma de la realidad y sobre nuestra manera de construirla y desbaratarla.
(C) Toni Salort
Voy a confesar algo: cuando leí esta novela, pensé que era demasiado buena para publicarla en una editorial mínima, como es la que regento. Recomendé su lectura a otros editores, cuyos lectores hicieron informes elogiosos de su calidad literaria, pero sembraron algunas dudas sobre su potencial comercial. Entre tanto, llevábamos ya unos meses de andadura editorial de Playa de Ákaba. Tras leer decenas de manuscritos que no nos convencían, un día, conversando con mi socia Noemí Trujillo, surgió la idea: ¿y si publicamos, como nuestra primera novela, Enemigo innúmero?
Se lo sugerimos a Carlos y se
mostró encantado con la posibilidad. Quiero, en estas líneas, agradecerle la
confianza, que como editores no nos debe, a pesar de la amistad, para traer al
mundo una novela de este calibre y que para él es tan importante, en tanto que
viene a condensar sus tres décadas de oficio literario. A nosotros, pequeños editores habituados a
vivir en territorios que los grandes evitan, no nos asusta el hecho de que
pueda ser un libro para unos pocos lectores, aunque, después del trabajo que ha
hecho el autor sobre el manuscrito, recogiendo entre otras las observaciones
recibidas de otros editores y las que nosotros le hicimos, creemos que ha
logrado una narración que puede leer y disfrutar todo lector que tenga un
mínimo de inquietud y curiosidad, con el placer añadido de zambullirse en una
obra singular, que no sigue ninguna moda ni es servil de ninguna fórmula de
éxito sino que busca (venturosamente) su propia vía. Y si vienen muchos a
sumarse al festín, estamos en condiciones de atenderlos.
Ahora, comentamos quienes
hacemos Playa de Ákaba, tenemos un problema: encontrar una segunda novela que
mantenga el nivel de nuestra colección de narrativa. Seguimos en la búsqueda,
con el estímulo que da saber que hay formidables autores que están ahí,
aguardando a que alguien los descubra.
Nota: La novela sale hoy a la venta en librerías. En pocos días esperamos tener disponible el ebook, a 1,99 euros (aunque confiamos en que unos cuantos de los que lo lean así querrán poseerlo luego en papel y, si su poder adquisitivo se lo permite, claro está, lo comprarán). Para más información, sobre ambos formatos, la página de Playa de Ákaba. Y si quieres leer el discurso del autor el día de la presentación en primicia en Palma de Mallorca, que no tuvo desperdicio, está en nuestro blog.
Abrazos.