viernes, 7 de octubre de 2011

Por qué escribo





Hay muchas razones, pero ésta es de las buenas. Escribo porque de pronto, con un libro en el que uno se arriesga, un libro que seguramente no será de los más vendidos, pero en el que uno ha puesto un trozo del corazón y ha apostado fuerte y fuera del camino trillado, vas y te encuentras un lector como el que sabe ser Tino Pertierra en la reseña sobre Niños feroces que acaba de aparecer en la revista Mercurio (número de octubre, cuya portada abre esta entrada). Me limito a transcribirla:


IMPLACABLE CAZADOR DE PALABRAS

Lorenzo Silva se va a la guerra. Campo de batalla: las palabras y las historias que parecen ficción pero no lo son. Niños feroces apunta alto y apunta bien. Novela que hurga en las heridas incurables del horror, y ensayo disimulado (o no) sobre el oficio de escribir. Describir con páginas acribilladas por el rigor y la pasión por narrar. No hay humano completo sin la noción del horror: textual. Y la literatura (oral, coral y valientemente moral) sirve, entre otras cosas, como vendaje: llamar las cosas por su nombre es un alivio. Como si de una muñeca rusa se tratara, la novela da voz a un hombre que habla a través de otro hombre que habla a través de un adolescente que habla a través de un niño. Juegos de arte y oficio: reescritura de vidas truncadas a través de la imaginación. Imagina la historia para contar la verdad. Y desterrar las mentiras de la Historia. Silva se pertrecha con armamento de primera calidad: todos esos escritores que viajaron al corazón de las tinieblas. El pánico. El frío en la nuca. Lección de vida: lección para cualquier escritor que no quiera ser derrotado por la vanidad. Niños feroces está anclada en el presente (ese presente de botellones y feisbuks, de torrentes y youtubes, de petardas y ronaldos). Y a partir de ahí, desde la sensación de extranjero carcomido por la nostalgia del veinteañero Lázaro, se enlaza con el pasado para mostrar un episodio poco conocido: los españoles que combatieron con las SS después de que Franco le diera la patada a Hitler, y que terminarían defendiendo Berlín junto a los niños alemanes. Feroces niños. El contador de historias del presente encuentra la inspiración y la transpiración en un soldado del ayer. El arte de la guerra, el arte de la escritura: se necesita puntería, coraje y lucha. El escritor de la novela es, al principio, un hombre sin atributos literarios porque lo que escribe le suena a falso. A fraude. Y a los pocos folios se queda sin munición. Cuando el destino le pone en contacto con un Lázaro que ejerce de maestro, las brumas empiezan a clarear. Lázaro, el joven, es víctima de uno de los males de nuestro tiempo: “todo a sorbitos”. Un relato fragmentario de la realidad. Y Lázaro, el mayor, entrega al discípulo una historia en la que tener fe. “Las historias no se le ocurren a uno. Se encuentran”.

Encontrada la historia, y siguiendo los consejos sabios del maestro (sed concretos, la abstracción es la madre de todos los coñazos, no tienes que gustar al lector, tienes que perturbarlo), el narrador/ guerrero se lanza a la pelea con un compromiso: contar la historia completa. Sin traicionarla. Y Silva lo acompaña siguiendo los consejos de guerra (real y literaria) que acoge la novela, por cuyas páginas fluye la actualidad más incandescente: la muerte de Sabato, el derribo de las Torres Gemelas… El hoy que escupen los teletipos se enlaza con el ayer de las carnicerías en la Segunda Guerra Mundial. “No dejes nunca de disfrutar del placer de tener un deber”. Silva sigue a rajatabla ese consejo y disfruta del placer de escribir sin palabras de fogueo. Sus Niños feroces son las víctimas de un holocausto de ayer y hoy, viejos villanos por nuevos villanos, reflexiones a pie de calle de lo que está sucediendo, muchas dudas y muchas preguntas con las que alimentar esa inmensa, sobrecogedora y devastadora conversación que es Niños feroces: la grandeza, que diría Walter Benjamin y que recuerda Lázaro y que cuenta Silva, es el eterno silencio que sobreviene tras haber conversado, y eso es lo que el autor alcanza con su obra más compleja y completa, con su obra más arriesgada y combativa, cuerpo a cuerpo y bien calada la bayoneta.



Claro que me gusta que sea favorable. Pero me gusta mucho más que esté tan hermosamente escrita. Creo que nunca (y llevo 16 años publicando) me habían hecho una reseña tan bella.

Abrazos

3 comentarios:

Paco Gómez Escribano dijo...

Sí que es bella la reseña, Lorenzo. Enhorabuena, porque a pesar de los años que llevas en esto, a pesar de los premios, a pesar de tantas y tantas reseñas en medios de prestigio, imagino como te habrás sentido al leer algo así sobre tu última novela. Y enhorabuena a tus lectores, que tenemos otra obra tuya en las estanterías de novedades y que estamos deseando leer. Un abrazo.

Silva, Lorenzo dijo...

Gracias, Paco, aciertas en tu intuición.

Espero que la disfrutes.

Pilar dijo...

Bella y merecida reseña. Ahora sí puedo decirlo, porque ya la terminé de leer.
Gracias por acercarme una parte de la historia desconocida para mí. Y por lograr que disfrutase leyéndola.
El trabajo bien hecho merece una buena crítica. Tino no podía haberla hecho mejor.
Un saludo.