Me piden de El Confidencial que escriba un decálogo sobre cómo escribir una novela policiaca, al estilo del que dejó el recientemente fallecido Elmore Leonard.
En fin, improviso el mío, que me temo que va por otros derroteros, que no trato de comparar, y que no aspiro a que valgan para nadie que no sea yo. Faltaría más. Pero como en la variedad está el gusto, citado el del novelista norteamericano, os lo transcribo a continuación (la fuente original, aquí).
1. El primero se lo tomo prestado a Raymond
Chandler: recuerda que cuando empiezas un libro igual da todo lo que hayas
podido hacer antes; tu empeño te convierte en un principiante y sólo te salvará
afrontarlo con pasión y humildad.
2. No intentes ser políticamente correcto ni
incorrecto; pese a ser un concepto de moda, ha quedado completamente vacío y es
inútil a efectos literarios. Ninguna obra vale por ofender o agradar,
sino en tanto que su autor escribe lo que cree que debe sin miedo a causar uno
u otro efecto, teniendo en cuenta que lo que irrita a unos complacerá siempre a
otros, y viceversa.
3. Sé realista o fantasioso, como prefieras, porque
eso no importa. Lo que importa es que seas coherente a la hora de elegir
tus materiales narrativos (no mezcles al tuntún lo exacto con la patraña) e
imaginativo a la hora de disponerlos y ensamblarlos (no te limites a
levantar acta rutinaria de lo que es obvio).
4. Aplica a los personajes el imperativo categórico
de Kant: no los trates como instrumentos, sino como fines en sí mismos.
Cada uno de ellos, por fugaz que sea su papel, merece tener su lugar, su visión
de las cosas, ser un pequeño mundo cuya historia pueda contarse. No
necesariamente loable, pero sí consistente.
5. Las palabras son tu herramienta para
contar: cuídalas como el artesano cuida las suyas, sabiendo que si no están
bien afiladas y escogidas arruinarán la obra, y teniendo siempre en mente al
elegirlas lo que quieres contar y para qué quieres contarlo.
6. El lector quiere descubrir algo que no
conocía y llegar a algún lugar donde nunca estuvo. No le invites a pasear si no
tienes pensado nada para asombrarle ni un destino al que conducirle.
7. El lector no quiere aburrirse: si no
estás persuadido de la necesidad de algo (ya sea un adjetivo, un
personaje, un pasaje o todo un capítulo) suprímelo. Lo que no se siente como
necesario conduce al aburrimiento, a la distracción y a tu fracaso.
8. El lector suele aspirar a pasar el rato, y nada
hay de censurable en ese afán ni en tu esfuerzo para satisfacerle, pero le
gustará más si dejas algo en su recuerdo. Siente el desafío de darle algo
que trascienda lo que cuentas y que le resulte memorable.
9. El lector es, por definición, más inteligente
que tú, salvo que seas tan necio como para creerte más inteligente que nadie. No
intentes impresionarle con tu verbo, tu erudición o tu raciocinio, sino con
tu rigor, tu imaginación y tu capacidad de llamar a las cosas por su nombre y
poner en palabras lo que él ya sentía.
10. Sólo tienes al lector de hoy, y nada logras sin
su complicidad, pero piensa en tu trabajo a largo plazo. Piensa en qué
sumará o aportará a tu vida y a tu obra el libro que escribes, cuando lo
recuerdes al final de tu camino. Ese horizonte te será más útil que pensar en
la posteridad, que queda fuera de tu jurisdicción.
Abrazos.
1 comentario:
¡qué interesante!
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