Es una pequeña iglesia que se levanta en Florencia, a pocos metros del Arno, en la plaza del mismo nombre. Está anexa a un convento franciscano, y como su nombre alude se dedicó a todos los santos, en especial a los anónimos y desconocidos. En ella reposan los restos de Sandro Botticelli, del que también se conserva allí un cuadro que merece la pena ver, un retrato de San Agustín en su gabinete.
Aparte de todo esto, les resultará conocida a quienes hayan leído El ángel oculto hasta el final. Allí sucede en buena medida el desenlace de la novela, que no debo revelar para los que no hayan emprendido aún la lectura o habiéndolo hecho no la hayan concluido.
Volver a Florencia y no volver a Ognissanti era imposible. También quería descubrírsela a mi mujer, Noemí, lo que tiene para mí un especial sentido. Nada mejor para cerrar este 2009 y desearos lo mejor para el 2010. Y si alguna vez vais por Florencia, no os la perdáis.
Enfrente de la iglesia, por cierto, hay una curiosa estatua de Hércules, como puede apreciarse en la foto.
Y en el claustro contiguo a la iglesia, una joya sin paliativos: el Cenacolo (es decir, La Última Cena) del insuperable Ghirlandaio.
En esta representación del último banquete de Cristo con sus discípulos se inspiró Leonardo da Vinci para su famosa versión del mismo motivo, que se conserva en Milán y que por culpa de Dan Brown hay que reservar entrada con semanas de antelación para poderla ver. En cambio, la de Ghirlandaio (es decir, el original) no la va a ver casi nadie. Y es gratis.
Y a unos pocos cientos de metros, está Santa María Novella, también repleta de frescos de Ghirlandaio. Otra buena recomendación.
En fin, feliz 2010. Empezadlo con buen pie.
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