jueves, 14 de agosto de 2014

El ideal y la verdad



Todo hay que sacrificárselo al ideal. Ser idealista es lo imprescindible: sin perjuicio de no perder de vista la realidad y luchar con ella para que respete nuestro ideal.

Ni entre fantasías e invenciones hay que perder la aguja de marear, la brújula de lo que es bueno y bondadoso, de lo que no se puede supeditar a pacto sectario.

Lo que hay que saber es la verdad, pero no la verdad premiosa y para distraer de la verdad que propugnan los filósofos, sino la descripción del no estar engañado que sólo logra el escritor evitando así que sea vilipendiado el hombre bueno por gentes y agencias que están pagadas para perturbar la verdad del mundo.

A lo más que puede uno llegar, lo único encantador y afortunado de la vida, es a estar enterado de lo que va sucediendo a nuestro alrededor y hacer justicia a las cosas y las personas con las que nos tropezamos.

Rehuir esa clarividencia, ese saber lo que sucede y suprimir los testigos más sinceros, es encerrarse en la miseria suma por acomodado que se esté.

Gracias a la tendencia heroica del escritor se consigue algo de esa verdad en los pocos libros singulares que en el mundo va habiendo.

He intentado tener toda la dignidad que he podido.

Nunca estaré con los hipócritas ni los hiperbólicos, y no tomaré parte en cosas secretas.

Lo más que se puede conseguir es sortear la fiera humana. Mi único éxito es no haberme rozado con ella más que de refilón y haber salido ileso.

Ramón Gómez de la Serna, Automoribundia (1948).




Sesenta y seis años después, nada sobra ni falta. Vale todo, tal cual.

Abrazos.

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